Después de cenar, sacaba el libro y me enseñaba la historia de Moisés y los juncos, y yo estaba entusiasmado por enterarme de todo sobre él, pero con el tiempo se le escapó que Moisés llevaba muerto muchísimos años, así que ya no me importó, porque a mí los muertos no me interesan.
Enseguida me daban ganas de fumar y le pedía permiso a la viuda. Pero no me dejaba. Decía que era una costumbre fea y sucia y que tenía que tratar de dejar de hacerlo. Eso es lo que le pasa a alguna gente. Le tienen manía a cosas de las que no saben nada. Ella se interesaba por Moisés, que no era ni siquiera pariente suyo, y eso no era ni siquiera útil, porque ya se había muerto, ¿no?, pero le parecía muy mal que yo hiciera algo que era bueno.
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